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lunes, 17 de junio de 2013

Si...

(...) Rudyard Kipling, 


nacido en 1865 en Bombay, India, vislumbró el mundo por vez primera a través de la bulliciosa vida callejera de esa ciudad. Antes de que cumpliera seis años, él y su hermana menor, Trix, fueron enviados a Inglaterra para que asistieran a la escuela. Ahí, la mujer contratada para cuidarlos golpeaba y se burlaba del pequeño y frágil Rudyard, y censuraba las cartas que los niños enviaban a sus padres. Además, con frecuencia encerraba al niño durante horas enteras en un sótano frío y húmedo.
      A pesar de ese maltrato, Rudyard se esforzó por ser alegre. Años más adelante escribiría que esa experiencia lo había "despojado para el resto de sus días de toda capacidad de sentir un verdadero odio personal". Y también le imbuyó la determinación de darle a sus hijos la felicidad, el amor y la seguridad que le habían faltado a él.
      A su regreso a la India, Kipling comenzó a trabajar como reportero, y dedicaba su tiempo libre a escribir relatos de ficción. Sus tramas versaban sobre el valor, el sacrificio y la disciplina que había observado en los militares británicos destacados en el país, y sobre el misterio y el peligro reinantes en la India. Reunió esos relatos en pequeños volúmenes, con la esperanza de que fueran bien acogidos en Londres. 
      Pero los editores londinenses lo ridiculizaron. Uno de ellos escribió: "Me atrevería a conjeturar que se trata de un escritor muy joven, y que morirá loco antes de llegar a los 30 años". Kipling cerró oídos a  esas críticas y siguió escribiendo. Al cabo de un tiempo, cuando sus libros cobraron fama y empezaron a buscarlo algunos literatos, académicos, y políticos de renombre, mostró ante los elogios la misma indiferencia que antes había manifestado ante el rechazo.
21 años antes, en el verano de 1897, la esposa de Kipling, Carrie, le dio a su tercer hijo. La pareja ya tenía dos hijas, Josephine y Elsie, a quienes Rudyard adoraba; pero él deseaba un varón. Siempre recordaría el momento en que llegó a sus oídos aquel chillido. ¡Señor Kipling! -anunció el médico-, tiene usted un hijo. Poco después, el escritor contemplaba un pequeño envoltorio de casi 4k de peso. Tomó en sus brazos a aquella criaturita que no cesaba de bostezar, y sintió la ternura más profunda. John Kipling, como llamaron al pequeño, resultó ser un niño inteligente, alegre y dócil. Su padre se sentía feliz.
          Para Kipling, la hombría implicaba afrontar la adversidad con entereza. Deseaba fomentar esa actitud en su hijo. ¡Si John fuera capaz de seguir los pasos de los grandes hombres que él había conocido!; ¡si pudiera regirse por esos valores!; ¡si...!
       Un día de invierno de 1910, Kipling empezó a escribir esos pensamientos para su hijo, que entonces tenía 12 años. Tituló el poema "Si...", y lo incluyó en un libro de cuentos para niños que se publicó ese mismo año.
       Aunque los críticos no consideraron que era de lo mejor que había producido, a la vuelta de unos años el poema de cuatro estrofas, traducido a 27 idiomas, era ya un clásico en todo el mundo. Los escolares lo memorizaban. Los jóvenes lo recitaban camino a la batalla. Millones de personas adoptaron sus sencillas normas de conducta para guiar su vida. 
   
Si les interesa la historia y quieren leer más, (porque no termina ahí), pueden encontrarla en las páginas de "Reader's Digest Selecciones", Septiembre de 1993
      
      Aquí el poema:

Si...
Si puedes llevar la cabeza sobre los hombros bien puesta
Cuando otros la pierden y de ello te culpan;
Si puedes confiar en ti cuando todos de ti dudan,
Pero tomas en cuenta sus dudas;
Si puedes esperar sin que te canse la espera,
O soportar calumnias sin pagar con la misma moneda,
O ser odiado sin dar cabida al odio,
Y no por eso parecer demasiado bueno o demasiado sabio;

Si puedes soñar sin que tus sueños te dominen;
Si puedes pensar sin que tus pensamientos sean tu meta,
Si puedes habértelas con Triunfo y con Desastre
Y tratar por igual a ambos farsantes;
Si puedes tolerar que los bribones
Tergiversen la verdad que has expresado,
Y la conviertan en trampa para necios,
O ver en ruinas la obra de tu vida
Y agacharte y reconstruirla con viejas herramientas;

Si puedes hacer un atadijo con todas tus ganancias
Y arrojarlas al capricho del azar,
Y perderlas, y volver a empezar desde el principio
Sin que salga de tus labios una queja;
Si puedes poner al servicio de tus fines
corazón, entusiasmo y fortaleza, aún agotados,
Y resistir aunque no te quede ya nada,
Salvo la Voluntad, que le diga: "¡Adelante!";

Si puedes dirigirte a las multitudes sin perder tu virtud,
Y codearte con reyes sin perder la sencillez.
Si no pueden herirte amigos ni enemigos;
Si todos cuentan contigo, pero no en demasía;
Si puedes llenar el implacable minuto
Con sesenta segundos de esfuerzo denodado,
Tuya es la Tierra y cuanto en ella hay,
Y, más aún, ¡Serás un hombre, hijo mío! 

        Y, aunque ya haya pasado un día, de la celebración marketinera de almanaque, del día del padre; y sabiendo que debería ser algo de todos los días, hoy saludos a todos los padres del mundo con un ejemplo, no solo de lo que para él significó ser padre, sino que fue elegido por su historia de vida y por su trabajo.

¡Feliz día del padre!!

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