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jueves, 8 de marzo de 2012

¿SUMISIÓN O ACEPTACIÓN?

"El hacer tu voluntad, Dios mio, me ha agradado, y tu ley está en medio de mi corazón" (Salmo 40.8)

    Vengo cuidando niños desde que tengo 8 años, y en todo ese tiempo pude ver algo que, luego, hablando con especialistas: psicólogos, médicos, maestras jardineras, profesores, etc.,  me explicaron a detalle.
    Hay una cierta edad, que si mal no recuerdo abarca entre los 2 y 3 años de edad, en que los niños empiezan a cuestionar a todos quienes los rodean, y una de las preguntas más conocidas es: y... ¿por qué?. Llega un cierto punto en que uno de tanto escuchar el y... ¿por qué? reiterativamente, termina respondiendo: "¡Porque sí!, o ¡Porque lo digo yo!".
    Ya uno siendo más grande, etapa adolescencia digamos, en ciertos casos, hace la misma pregunta, y aún así, siendo otro el entendimiento, la respuesta sigue siendo la misma. Pero en realidad, los adolescentes no quieren escuchar la explicación de por qué no puede hacer tal cosa o tal otra. Sino que se hacen ideas de las causas de la negativa, y preguntar ¿por qué?, pasa a ser una maniobra para desviar la atención, quejarse o alargar la discusión tanto hasta que se les ocurriere una buena razón para obtener un sí. Un combate entre ambas voluntades.
     Del mismo modo en la vida cristiana siempre habrá una tensión, y a veces una contradicción, entre nuestros deseos y la voluntad de Dios. Él mismo nos revela la causa: "Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos ni vuestros caminos mis caminos (...). Cómo son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos y mis pensamientos más que vuestros pensamientos" (Isaías 55: 8-9).
    Por su propia naturaleza el pecado está en contradicción con la voluntad de Dios. Nuestro instinto nos mueve a ser "respetables" pecadores, mientras que Dios desea que seamos santos y obedientes. Con todo, ¿es la mera sumisión el objetivo más elevado al que podamos aspirar? someterse significa que nos rendimos, sucumbimos, capitulamos o cedemos. Aunque someterse no es lo mismo que revelarse, tampoco tiene que equivaler a cooperar.
    Si bien Dios acepta nuestra rendición a su voluntad, su deseo es que vayamos un paso más allá y, además de someternos a su voluntad, la aceptemos. La sumisión a la voluntad de Dios es un acto pasivo, mientras que la aceptación implica una acción. Una persona bien podría someterse a la voluntad de Dios y, a la vez detestar todo lo que Él hace en su vida.
  
 Puede haber ocasiones, especialmente en tiempos de prueba y dificultades o cuando no entendamos el porqué, en las que es mejor rendirse y someterse a la voluntad de Dios. El mismo Jesús llegó a esta situación en Getsemaní (Mateo 26:39). Su petición fue: "Padre mío, si es posible, pase de mi esta copa". Pero acto seguido añadió: "No sea como yo quiero, sino como tú".
    
    

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